Así lo indica el estudio publicado en la revista Science, liderado por el Laboratorio Jackson de Medicina Genómica y la Universidad Americana de Buffalo.
La presencia de un gran número de copias de este gen, denominado Amy1, ha contribuido así a modelar la adaptación humana a alimentos ricos en almidón, como el pan, la pasta y el arroz, que llegaron gracias a las nuevas tecnologías y a los nuevos estilos de vida.
Investigadores coordinados por Charles Lee del Laboratorio Jackson y Omer Gokcumen de la Universidad de Buffalo analizaron el ADN de 68 seres humanos antiguos, incluido uno que vivió en Siberia hace unos 45 mil años.
A continuación, los investigadores utilizaron técnicas avanzadas para estudiar con gran detalle la región del gen Amy1, es decir, la que codifica la amilasa contenida en la saliva, responsable de la digestión inicial de los carbohidratos.
Descubrieron que esta región comenzó a expandirse, dando la bienvenida a muchas copias del gen Amy1, mucho antes de lo que se suponía anteriormente.
"La idea es que cuantos más genes de amilasa tenga, más amilasa podrá producir", dice Gokcumen, "y más almidón podrá digerir de manera eficiente".
Por tanto, la presencia de múltiples copias del gen creó una oportunidad genética: a medida que los humanos se extendieron a diferentes entornos, la gran cantidad de copias de Amy1 proporcionó una ventaja para adaptarse a nuevas dietas.
El estudio también reveló que las duplicaciones del gen del almidón también están presentes en los neandertales y los denisovanos, lo que sugiere que el gen Amy1 puede haberse duplicado por primera vez incluso antes de que los humanos se separaran de nuestros primos más cercanos.
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