Por el enviado Domenico Palesse
(ANSA) - SINGAPUR, 28 OTT - Los uniformes blancos, alineados
uno al lado del otro. Una serie de silbidos en un momento que
parece estar suspendido. Todo a bordo se detiene, inmóvil. Los
ruidos dejan espacio para el silencio. El único al que se le
concede "hablar" es al mar, acariciando el casco con sus olas
mientras la tripulación rinde homenaje a las autoridades que
suben o bajan del barco.
Un momento solemne, atemporal, que el Amerigo Vespucci
(Américo Vespucio) tiene la capacidad de amplificar, con sus
pasarelas de madera, el bronce brillante y la majestuosidad de
mástiles y velas.
El "ceremonial" prevé número y tipo de sonidos diferentes
según la autoridad. Así, los "cuatro a la banda" se ordenan para
los oficiales hasta el grado de capitán, mientras que los más
altos honores ("ocho a la banda") son reservados para la bandera
nacional, los jefes de Estado o los caídos.
Una costumbre, la de los trinos del silbato, que servía
antaño para llamar al número de marineros que debían descender a
la banda (es decir, al pasamanos del blandir, la escalerilla de
entrada al barco) para iluminar con sus faroles el camino a las
autoridades.
El número de faroles era mayor en función del rango, y, por
tanto, de la antigUedad, de la autoridad que, por tanto,
necesitaría más luz para llegar al barco.
Silbar a bordo de los buques de guerra es una tradición que
hunde sus raíces en siglos pasados, cuando la única forma de
comunicarse era mediante el sonido de un silbato, capaz de
superar el ruido del viento durante la navegación. Se trata de
un instrumento en forma de pequeño tubo de hierro, con un
orificio en la parte superior a través del cual se modula el
tono del silbato.
Todos los timoneles tienen uno, su inseparable compañero de
viaje que guardan celosamente para quizá algún día pasárselo a
un joven cadete.
Pero para "tocar" el silbato se requiere experiencia y
habilidades que maduran con los años.
Un arte codificado a través de una partitura real sobre la
que practican los futuros timoneles, guiados por el que se
considera el "director de la orquesta", el contramaestre.
En el Vespucci hay 85 timoneles, cinco de los cuales son
mujeres, y constituyen aproximadamente un tercio de la
tripulación.
Considerados los custodios del arte marítimo, son los
encargados de las operaciones a bordo, entre nudos, cabos, velas
y cubiertas. Conocen todos los rincones del barco, todos los
secretos de un velero como aquel de la Marina Militar. Cada
operación a bordo tiene un silbido distintivo, una orden que
debe ejecutarse únicamente escuchando un sonido.
"Antes era la única manera de poder 'hablar' entre nosotros
sin ser abrumados por el viento - afirmó el contramaestre del
Vespucci, Luca Zanetti -. Estamos tan acostumbrados a utilizar
silbatos que somos capaces de reconocerlos. un timonel
simplemente por el tono de su silbato". Y hay alguien a bordo
que también está preparando una obra musical, exclusivamente
para silbatos. (ANSA).