Y el otoño, estación en la que la naturaleza parece pintar cuadros vivos, invita a redescubrir la belleza de los lugares más escondidos y fascinantes del país. En este viaje italiano a través del follaje y las costumbres ancestrales, los protagonistas son los paisajes y las experiencias auténticas que revelan maravillas desconocidas para la mayoría.
Un viaje de continuos descubrimientos, que parte del corazón de Cerdeña, en Barbagia, con sus calles adoquinadas y sus casas de piedra. Aquí se celebra el '"Otoño en Barbagia".
Los fines de semana, entre las estrechas calles de Lula, el visitante es recibido por los sonidos de los artesanos trabajando la madera y los colores vivos de los tejidos locales, mientras la vista se extiende hasta las montañas de Monte Albo.
En el pueblo de Aritzo se encuentra el Museo de las Montañas Sardas que habla de una existencia marcada por los ritmos de la naturaleza y, no muy lejos, el bosque de Funtana Cungiada ofrece paseos entre la paz y el silencio. Pero Barbagia es también tierra de viñedos, y en Sorgono se puede recorrer la "Ruta del Vino", con las bodegas abiertas a los visitantes, entre copas y platos tradicionales.
Lejos de Cerdeña, en el Piamonte, el otoño se manifiesta con una explosión de colores vivos, y el tren de follaje es la clave para sumergirse en todo ello. El tren viaja de Domodossola a Locarno, a través de una sucesión de colinas y valles.
En el camino, el pequeño pueblo de Santa Maria Maggiore le da la bienvenida con su Museo del Deshollinador, un lugar que habla de una vida de trabajo y dignidad, mientras que el Valle de Vigezzo, conocido como el "Valle de los Pintores", ofrece vistas que inspiraron a generaciones de artistas. En el corazón de Italia, en Umbría, el otoño se siente a orillas del lago Trasimeno, ofreciendo un proyecto de accesibilidad.
Con "Trasimeno para Todos", la ciclovía que rodea el cuerpo de agua ha sido diseñado para acoger a cualquier persona, con recorridos equipados y contenidos multimedia que describen los lugares de forma inclusiva. Las iglesias y museos que salpican la zona, como el Museo del Vidrio de Piegaro o el Museo del Tul, abren sus puertas a todos, ofreciendo una experiencia enriquecida con audioguías, textos en braille y vídeos en lengua de signos.
Finalmente, el viaje termina en Franciacorta, tierra de buenos vinos y vistas de ensueño, donde entre las colinas se descubren pueblos que parecen sacados de una postal. Iseo, con vistas al lago, ofrece un panorama encantador, mientras que Erbusco, enclavado entre las hileras de viñedos, invita a degustar los vinos espumosos que hacen famosa a esta región.
Franciacorta es también una tierra de historia y naturaleza.
Por eso, el Monasterio de San Pietro in Lamosa, con vistas a la Reserva Natural de Sebino Torbiere, es el lugar perfecto para observar el follaje otoñal y las aves migratorias que se detienen allí durante sus viajes.
Y si se quiere ampliar el itinerario, incluso está Montisola, la isla lacustre más grande de Italia, con senderos que serpentean entre olivos y viñedos, ofreciendo un viaje en el tiempo.
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